En una cálida tarde de finales de agosto del 2015, los gobiernos de Europa se dieron cuenta, repentinamente, de que estamos afrontando una crisis migratoria sin precedentes; algunos gobiernos, debo decir. Otros, como el gobierno griego y el italiano, ya eran conscientes desde hacía tiempo. Debió ser un descubrimiento impactante dadas las fuertes reacciones que ha generado, incluyendo peticiones serenas para que se cree una auténtica política europea de migración y la revisión apresurada de la Regulación de Dublín.

Es comprensible que la aparición de 71 cuerpos en un camión en Austria removiera la conciencia de muchos líderes y políticos. Lo que es menos comprensible, y francamente lamentable, es el hecho de que la muerte de 3.419 personas en el Mediterráneo en el 2014 y de más de 2.500 personas, solo en los primeros ocho meses del 2015, no provocara la misma reacción. Si los líderes de Europa se hubieran movido antes, podríamos haber salvado muchas vidas y haber evitado un gran número de tragedias inenarrables y, ¿quién sabe?, incluso podríamos habernos sentido orgullosos de ser europeos. En cambio, tuvo que suceder otra tragedia más para que los ojos y los corazones de algunos gobiernos europeos finalmente se abrieran. O, más precisamente y con menos hipocresía, quizás deberíamos decir que esos gobiernos necesitaron que una tragedia sucediera a las puertas de su casa para darse cuenta de que el drama de la inmigración, y los problemas políticos, sociales y económicos asociados con el mismo, no son solo un tema de la periferia europea, de Italia, Grecia o Malta, sino también del centro de Europa: de Alemania, Francia, Gran Bretaña, Austria, Hungría, Suecia, Eslovaquia, Polonia, etc. En otras palabras, es un asunto europeo.

Y, sin embargo, mientras en Bruselas fallábamos, una y otra vez, a la hora de presentar una respuesta efectiva, Europa permanecía en silencio mientras Hungría anunciaba sus planes de construir un vergonzoso muro contra inmigrantes en su frontera con Serbia, mientras migrantes asaltaban camiones en Calais, mientras el Reino Unido repetía su amenaza de dejar la Unión Europea, mientras Francia e Italia participaban en un vergonzoso impasse en Ventimiglia, mientras neo-nazis incendiaban campamentos de refugiados en Alemania, mientras extremistas y populistas de toda Europa, como Salvini y Grillo en Italia, explotaban los temores de la población para conseguir un consenso político difundiendo la habitual propaganda falsa de que los inmigrantes suponen una amenaza para la estabilidad, la seguridad y el bienestar de nuestras sociedades.

Todos los grupos importantes del Parlamento Europeo –los Socialistas y Demócratas, el Partido Popular y los Liberales– ya se han manifestado a favor de la creación de una política de migración que sea verdaderamente europea. Ahora que todos los gobiernos nacionales de Europa, incluyendo los que en las reuniones de junio y julio del Consejo Europeo bloquearon todos los intentos de crear una política migratoria común con cuotas obligatorias, como propuso la Comisión Europea, parecen haberse dado cuenta finalmente de la urgencia humanitaria, política y social asociada con la crisis de inmigración, es definitivamente el momento de superar la anacrónica Regulación de Dublín sobre las peticiones de asilo y dotar a la Unión Europea de medios para afrontar esta emergencia, de manera clara, efectiva y basada en la solidaridad.

Estamos cansados de avergonzarnos de la inercia de Europa, que solo se debe al egoísmo de unos cuantos gobiernos. Estamos cansados de ser pasivos ante la tragedia que se repite casi a diario desde hace demasiados años. Hay soluciones al alcance de nuestra mano. Son las que ha presentado la Comisión Europea, que pueden y deben mejorarse. A partir de mañana, el Grupo de los Socialistas y Demócratas del Parlamento Europeo, que está orgulloso de estar en primera línea en esta lucha en Bruselas, se involucrará en un esfuerzo político y diplomático dirigido a presionar a todos los ministros progresistas de Interior para forjar un bloque político sólido en torno a este tema en el próximo Consejo Europeo. Solo una política europea migratoria y contra el tráfico de personas que sea efectiva, junto a planes a largo plazo para apoyar a los países de origen, nos permitirá gestionar esta crisis humanitaria y evitar la disolución de Europa.